China construye la madre de todas las norias

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Antes de que la crisis económica reventase los proyectos urbanísticos de China y de medio planeta, un puñado de ayuntamientos de renombre competían en una ociosa carrera por las alturas. La épica de otros tiempos, la de los logros espaciales o las ambiciones arquitectónicas, había sido reemplazada por desafíos más afines a las aspiraciones de este nuevo siglo: la diversión, el espectáculo y el consumo turístico. ¿Hay algo que lo encarne mejor que una enorme noria?
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El último de estos gigantes de acero, proyectados con la única intención de entretenerse durante media hora dando una vuelta de reloj por el cielo, empezó a construirse a finales de 2007 y en la inauguración de sus obras se pasearon modelos ataviadas con trajes tradicionales y dragones de varios metros de longitud. Desde entonces, el más alto de los miradores móviles surge en el corazón burocrático de China, un país obsesionado desde hace algún tiempo con batir marcas, con demostrar su recién estrenado poderío económico.
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Aunque se están produciendo retrasos respecto al plan original, el proyecto sigue adelante y la noria debería abrir sus puertas este mismo año. Se espera que la Gran Rueda de Pekín reine mucho más de lo previsto, ya que ante la perspectiva de la recesión global que se avecina, varios competidores que prometían batir la marca se han retirado de la puja. Entre ellos Shanghai, la capital financiera del gigante asiático, que decidió hace algunos meses echar el freno a las obras de un «armatoste» giratorio que pretendía elevarse hasta los 300 metros. Su renuncia puso fin, al menos momentáneamente, a la «fiebre de las norias» que estaba experimentando China. Y es que desde el año 2002 se han construido en el país siete ruedas gigantes que se elevan por encima de los 100 metros.
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